Sólo los que lo intentan tienen la opción de triunfar. Ser
valiente para enfrentarte a algo tiene mucho mérito, pero el problema viene
cuando la cosa sale mal. No todo el mundo está preparado para el fracaso, y
mucho menos aquéllos que están acostumbrados a salir hacia delante. Es cierto
que sólo los que fracasan una y otra vez son los que realmente saborean el
éxito, pero soportar varios reveses seguidos es complicado.
La peor parte viene cuando la persona que intenta conseguir
algo es alguien que normalmente lo logra. Debido a ello todo el mundo de su
alrededor tiene tanta fe en que lo conseguirá que esa confianza se convierte en
presión por miedo a decepcionar. Reconforta saber que tanta gente cree en ti,
pero a la vez es un peso que cae como una losa cuando no consigues tu objetivo.
Que todo el mundo crea en ti más que incluso tú mismo es un
halago, y a la vez un martirio, porque cuando las cosas salen mal te sientes
peor que nunca. Te sientes mal por haber fallado, te enfadas contigo por haber
hecho mal algo que sabes hacer bien, porque no entiendes qué coño te ha pasado
para meter de esa manera la pata, y a todo eso le tienes que sumar el que todo
el mundo esperaba que lo hicieras bien, pero no., la has cagado. Y entonces
tienes que decirlo, pero justo antes de hablar ves sus caras con esa expresión
de alegría al recibirte y de “qué orgulloso estoy de ti por haberlo
conseguido”, pero no lo has conseguido, y sólo te sale decir un tímido “lo
siento”.
Entonces piensan que estás de coña, porque claro, es imposible que tú
hayas fallado en algo…”venga anda no nos tomes el pelo”. Y es ahí cuando te
hundes y no puedes evitar que se escapen las lágrimas.
En ese momento se dan
cuenta de que no bromeabas e intentan animarte una y otra vez de mil maneras,
pero tú ya no sientes nada. Nada logra hacer que te sientas mejor, porque a
cada segundo que pasa sientes más vacío, más tristeza y más dolor.
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