Por mucho que nos esforcemos las personas
tenemos un maldito mecanismo que hace que aunque tengamos 1000 cosas buenas
parezca que sólo pesan las malas. Sería egoísta decir que ha sido un año
horrible porque ha tenido momentos muy emocionantes y bonitos, pero es
complicado quitarse esa sensación.
Enero empezó con mal pie. Fue un
mes duro entre lágrimas y habitaciones de hospital, pero si de algo me siento
orgullosa es de saber que di todo lo que había en mí, y que lo volvería a hacer
una y otra vez. En él aprendí que es inevitable luchar contra la esperanza,
porque por muy evidente que sea la realidad es algo que vive dentro de nosotros
con todas sus fuerzas, y también cómo a veces aunque seamos conscientes de las
situaciones nos negamos a reconocerlas en voz alta.
Febrero continuó la agonía, hasta
que finalmente el día 12 todo acabó y la vida se lo llevó. Es curioso. Desde
niños nos enseñan a leer, a escribir, a dar las gracias. Nos enseñan a
multiplicar, a analizar oraciones, a ser educados, a pedir las cosas por favor.
Nos enseñan a ser sinceros (o al menos a intentarlo), los países, las
capitales, los animales. Nos enseñan que hay que respetar a los demás, que hay
que pedir perdón. Nos enseñan muchas cosas, pero nadie nos enseña a vivir sin
nuestros seres queridos. Nadie nos enseña a afrontar esos momentos, a decir
adiós. Y cuando ocurre tienes que aprender todo de golpe y empiezas a darte
cuenta y a pensar cosas que nunca habías pensado. Empiezas a ser consciente de
que hoy estás aquí, pero dentro de un rato ¿quién sabe?, que de repente un día
todo se acaba y ya está. Que debes aprovechar el momento porque no sabes cuando
todo puede cambiar. Que no debes dejarte nunca un te quiero en el bolsillo para
después, porque después puede ser tarde. Empiezas a ser consciente de tantas
cosas que es inevitable que algo te cambie un poco por dentro.
Volviendo por dónde iba, que me
pierdo en divagar, febrero marcó mi 2014. Marzo pasó sin pena ni gloria, y en
abril me tocó un caramelo dulce. La ironía de la vida hizo que un 12 me trajera
un regalo y descubriera unos sentimientos increíbles. Después de un día muy
largo y algún pequeño momento de tensión, mi sobrino Enzo vino al mundo y me
devolvió parte de mi sonrisa. Intentaría explicar lo que sentí la primera vez que le vi la carita y lo
sostuve en brazos, pero no existen suficientes palabras para hacerlo.
Los siguientes 4 meses se
deslizaron por el calendario deprisa y sin relevancia, para dar paso a un
septiembre cargado de emociones. Aunque San Antolín ya no es mi San Antolín fui
capaz de disfrutarlo y a pesar de las ausencias tuve un cumpleaños mucho mejor
de lo que hubiera imaginado, con la visita incluida para compartirlo conmigo de
la mejor amiga que se puede tener. Cinco
días después, el 13, ocurrió uno de los días más bonitos que recuerdo. Orgullo
de hermana con la boda más bonita del mundo, la emoción a flor de piel y las
lágrimas esta vez de alegría.
En octubre decidí comenzar de
nuevo a ir a por mi sueño y gran
objetivo profesional de mi vida, y durante todo él, y durante noviembre y parte
de diciembre me he dedicado a luchar contra mi estrés y nervios que tanto me
están fastidiando.
Finalmente el último finde del
año lo he pasado fuera disfrutando de 3 días de desconexión al lado de la
persona que más me quiere y me cuida, y que durante este difícil año ha sido la
que me ha sacado a flote una y otra vez estando a mi lado sin despegarse de mí,
aguantando mi mal humor y mis malos momentos y dándome todas las fuerzas del
mundo para seguir avanzando. Creo que nunca podré agradecerle todo lo que hace
por mí.
Sin más, hoy le digo adiós a este
agridulce 2014 para recibir, como siempre, con una gran sonrisa y con la
ilusión de que sea un gran año para toda la gente que quiero y para mí, a este
2015 que está a punto de empezar.
¡Feliz 2015!
Mucha felicidad, amistad, amor, salud, dinero y sobretodo mucho Nanananana to me!!! ♥